jueves, 30 de octubre de 2008

PRIMER PALPITANT SIN SERGIO


      Empezamos a tener unas edades peligrosas. Es lo que pasa por cumplir años... Desde comienzos de los 80, los Palpitant Burning se reúnen para rendir culto a la Amistad. Con ventitantos, no hay tiempo para hacer planes, hay que vivir rápido. Con treintaytantos el espíritu se sosiega y ya de cuarentones hay que pensar en el colesterol, el sobrepeso y el plan de pensiones...
       Un célebre miembro de la cuadrilla escribió en 1999 un cuento titulado "Cena Guarra" en el que describía cómo debía ser el funeral de quien abandonase primero este valle de lágrimas, kalimotxo y chicas fáciles. El puñetero aprendiz de escritor se puso a sí mismo como muerto en el entierro y después tocó madera. En el relato aparecían los principales miembros de la cuadrilla. Sólo faltaba Sergio. Un error fatal, dado que el asturianu se acabó convirtiendo en elemento clave de la Anual Cena Guarra. El 12 de Abril de 2008, el corazón de Sergio se paró. El cuentista se equivocó: él no iba a ser el primero en morir...
         El 25 de Octubre de 2008, la Cena Guarra se transformó en Comida de Homenaje. Los mismos 9 amigos que acompañamos a Sergio en su última Fiesta Palpitant, nos volvimos a reunir en Villasana. A los pies de un magnolio, fuimos derramando los culines de sidra que sobraron de 4 botellas de sidra. A Sergio le habrían parecido pocas, pero como él no pudo beber... Bebimos todos por él. Brindamos en su memoria, por su generosidad y amistad. El programa se cumplió
a rajatabla: Manu llegó una hora más tarde tal y como estaba previsto. Tras la espicha de sidra en el improvisado chigre de los Cámara comimos en el Hostal Cadagua. Como era el día de la frustrada Consulta Soberanista de Ibarretxe no perdimos la ocasión de montar nuestro particular referendum: ¿Lechazo o chuletón de kilo y medio? El cubierto nos salió muy caro, pero la profesionalidad de las camareras nos hizo sonreir y dejar propina al pagar la cuenta.
      Sergio se lo pasó genial en la primera Cena Guarra a la que asistió su alma sin su cuerpo. Con su muerte, nuestro asturiano se quitó un gran peso de encima, pero a sus amigos nos dejó huérfanos. Era el más viejo de la cuadrilla, pero con un simple sorbo de sidra lograba transformarse en un niño juguetón. Se le echó de menos, sobre todo en la despedida. Nos separamos a la misma hora en que antes nos juntábamos, al caer la noche. !Vuelve, Sergio! La Oscuridad nos empieza a dar miedo.